POEMA LIII- QUISIERA TIEMPO. AKASHA VALENTINE.
¡Segundos!
- Exclamó de inmediato. - No os durmáis a los pies del cristal.
Apurad vuestro tiempo y empleadlo con conocimiento, que aún quedan
muchas hojas en blanco que rellenar y la negra tinta que habita en el
fondo del tintero ansiosa está por cubrirse de gloria con palabras
que a modo de vestido empleará para engalanar su escueta y simple
figura que a mis ojos con su forma actual nada me dice y nada puede
contar a la vista de quienes desean mirar. Apuro a la llamas que
viven en la mechas y que con cierta frivolidad desprecian el cuerpo
en el que subsisten, mientras se lamentan de su propia fragilidad sin
saber que son ellas mismas las responsables de su propio malestar. Mi
mesa de trabajo, qué mueble tan común, ha ido perdiendo su belleza
con el tiempo, probablemente exiliada por el uso de los años y el
continuo trajín a la que le he ido sometiendo durante largas
temporadas en las que descargaba mi ira y enfado sobre su superficie.
Lamento profundamente el daño que le hice, como si sus tablas
pudieran oírme cada vez que hablo de ella. Quizás el intermitente
crepitar que emite cuando coloco mis brazos sobre su tablas sea la
forma en la que ella me repudia y a su vez se queja porque nadie
mejor que yo la comprende en su atroz caída a la desesperación. La
vejez, que para algunos es fuente de sabiduría y para muchos otros
es sinónimo de incesantes quejas y manías, para mí es algo más
dañino e inquietante, pues casi puedo afirmar sentir el frío
aliento de la muerte erizar cada uno de mis cabellos de la nunca
cuando estoy despistado o embelesado haciendo lo que más me gusta.
“Recuerda que morirás”1, celebré frase latina que a los pies de mi cama reza cada noche y se duerme bajo mis sábanas, y aunque sabe bien que su visita no es bien recibida, ella continúa su andadura desde el día en que nací sin importarle mi opinión o mi postura al respecto. Pero quizás esté bien saber que me resulta reconfortante ser consciente de que no finge sus emociones como lo hacen aquellos que se atreven a llamarse a sí mismos amigos de mi persona. Pues a todos ellos les diría verdaderas palabras hirientes que sin lugar a dudas me alejarían de sus vidas para siempre. Por eso guardo silencio, y en este pequeño pliego doblado y cuarteado por el tiempo escribo mis más oscuros pensamientos, temiendo que algún día sean interpretados por las mentes más lúcidas que son capaces de ver más allá de lo que los simples aficionados a la lectura pueden descubrir a simple vista en esta enmarañada tela de araña que con los años he ido tejiendo en forma de escritura. Duermen plácidamente los libros de consulta, con los lomos cerrados y las cubiertas desgastadas, en la falda del comienzo de la madera, en la esquina superior izquierda, y los envidio profundamente pues sus creadores ahora ya son celebres personajes históricos y yo sigo siendo un simple hombre que lucha con las manos desnudas y el corazón acelerado sin saber a qué enfrentarse cada día en que saca un pie de su cama y comienza con serias dudas sobre el fatal destino de sus obras. Apremio a mi cabeza a que piense más rápido y a que mis manos, ahora doloridas por la enfermedad y secas por años, para que escriban más rápido y recuperen los días que en mi juventud desperdicié pensando en el mañana y nunca más volveré a tener.
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1“Recuerda
que morirás” viene de la palabra latina “Memento Mori” que
hace alusión a la mortalidad del ser humano.
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