Poema LV- Raíces en mi mente. Akasha Valentine.
Tu
mano tocando la mía. Y mis dedos, intentando ser aceptados por los
tuyos, manifiestan un dolor extremo cuando las puntas tocan los tuyos
pero no se unen, se rozan sin llegar a engancharse los unos a los
otros, y así en esta ardua lucha sin fin descubrimos que nunca
estuvimos hechos el uno para el otro y que fingimos durante demasiado
tiempo que nada podía ya molestarnos o herirnos de alguna otra
forma. Siempre dispuestos a acallar nuestras voces con gestos u
obsequios, como si nuestra vida fuera la viva imagen de la
perfección. Pero en el fondo de nuestro corazón bien sabíamos la
verdad que poco a poco se iba tejiendo en los resquicios de nuestra
mente, ayudándonos a darnos cuenta de nuestra propia debilidad, que
exasperada por nuestro comportamiento a veces mostraba ansiedad y
otras muchas indiferencia. Juro que recuerdo aquellos tiempos como
oscuros, agonizantes y lacerantes, cuyo amargo sabor aún me provoca
repugnancia en la punta de mi lengua y malestar en torno a mi ser.
Tus ojos, que nunca se molestaron en mirarme tal como era yo, siempre
estaban preparados y dispuestos para enseñarme la indiferencia
decrépita de la viva imagen de la soledad en vida.
¿Y qué otra cosa podía hacer yo en aquella época marchita salvo arrastrarme a tus pies y hundir mis dedos en la arena como si de raíces se tratase para aplacar la rabia que me consumía por dentro y enterrar así esas lágrimas de amargo sabor que en mis ojos siempre parecían estar dispuestas las veinticuatro horas del día simplemente para satisfacer tu retorcida personalidad? Nunca, y cuesta creer que una simple palabra tenga tanta fuerza en mi vida que hasta me haga despreciarla con todas mis fuerzas, pude recobrarme del daño físico y moral que tu insensibilidad por mi persona y desinterés provocaron en mi vida. Jamás me atreví a levantar la cabeza en tu presencia o a pestañear sin que tú me lo permitieses. Creía ciegamente en ese falso amor al que tú llamabas propiedad, que las heridas que a simple vista nadie veía eran un severo castigo por no ser capaz de acallar mi voz en tu presencia y que debía doblegar mi irracional mente a los deseos de tu voluntad. Nadie sabe el infierno que viví en vida, porque tú ya te encargaste de encerrar a mi verdadero yo en aquel cuarto oscuro desde donde podía ver todo desde una diminuta ventana insonorizada mientras agonizaba diariamente esperando cumplir mi sentencia para poder escapar de tu lado el día menos pensado.
Recuerdo aquellos tiempos en los que me esforzaba por abrazar tu sombra y encontrar el amor en ella que tú nunca supiste o no quisiste jamás darme. Yo hablaba, tú guardabas silencio, yo pedía más atención y tú más disciplina, y así deje morir con el paso de las horas, los días, las semanas y los años los mejores días de mi vida, que ahora irrecuperables yacen bajo el peso del tiempo en un sepulcro sin nombre ni lápida a la que pueda ir a dejar unas flores. Me pregunto si el hecho de que nuestras manos no estuvieran nunca hechas para encajar a la perfección tuvo algo que ver con todo esto. Quizás si les hubiera prestado más atención me habría dado cuenta mucho antes y todo el infierno que viví a tu lado me lo hubiera ahorrado. Pero mi inexperiencia y juventud me vendaron los ojos de cara a la verdad, y así fue como acabé convirtiéndome en el títere de tu vida, una persona que, incapaz de hacer nada por sí misma, dependía de ti para todo, incluso para alimentar a mis viejos pensamientos que, ahora rotos y desmenuzados por la locura, pedían ser curados antes de que volver a ser derrotados por la evocación de tu figura en mi frágil mente deteriorada por el tormento.
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