POEMA XXXII- VIVIR EN UN SUEÑO. AKASHA VALENTINE.
En un estrecho camino, cuyo asfalto no parecía estar hecho para pavimentar la calzada que había escogido al azar, encontré estrechas grietas tan largas como mi cuerpo que me hicieron detenerme para poder examinarlas con más detalle. Mis redondas pupilas, decoradas por un iris de un tono oscuro, se detuvieron sin previo aviso para contemplar aquel pequeño resquicio cuya apariencia podía ser comparada con mi devastada alma. La seguí casi de inmediato, sin darme cuenta de lo que hacía, con pequeños pasos cubiertos por el roce de mis zapatos. Aquella devastada senda de gravilla acabó chocándose frontalmente con una ramificación que se dividía en dos partes. Una vez más la vida me volvía a poner a prueba. ¿Qué camino nos diferencia de convertirnos en los ángeles de Dios, o en los hijos del infierno? Me quedé sin aliento, inmóvil, incapaz de razonar un plan que me ayudara a escapar de aquel maldito lugar. Mis diminutas manos se enredaron en mi vestido de tul blanco, cuya cintura estaba cubierta por un lazo de color lavanda que caía como una cascada a través de mi pequeña espalda. Mis dedos, cubiertos por los encajes de los guantes, rozaron aquella preciosa tela, y me di cuenta de que lo único que tenía que hacer para poder escapar de allí era escuchar a mi corazón para saber qué senda debía tomar.
Fue como un milagro, en el mismo instante que aparte el velo de las tinieblas que había comenzado a cubrir a mis ojos y a ensordecer mis oídos percibí el claro sonido que estaba buscando tan desesperadamente y que momentos antes no había podido escuchar porque el miedo me lo impedía. Era una suave melodía, tan relajante y clara que lograba que las heridas que tenía mi alma fueran cicatrizadas como si nunca hubiera estado herida. Respiré profundamente, llené mis pulmones con el limpio aire del camino que había escogido y lloré de felicidad al descubrir el denso y hermoso paisaje que ante mis ojos se abría como una bella tarjeta postal. El cielo que cubría mi cabeza estaba siendo pintando en aquellos mismos instantes por las manos de los niños que un día tuvieron que partir repentinamente de esta vida dejando atrás a sus seres queridos. Las almas más jóvenes, cuya edad era superior a la mía, plantaban sonrisas en el camino y sus voces me alegraban y me robaban tímidas sonrisas que nunca podré olvidar aunque la edad me obligue a ello. Aquel duro camino que momentos antes me había herido los pies ahora se había convertido en un mullido paseo, cuya hierba era tan verde que incluso sentí deseos de quedarme allí tumbada contemplado las estrellas que los mayores pintaban con cariño para todas aquellas almas.
Como el miedo ya no era dueño de mi ser y el pavor se había fugado sin decirme adiós, continué mi largo camino, esperando encontrarme con aquellos que un día soltaron brevemente mi mano y no supieron encontrar una palabra que me consolara ante su repentina partida. Alcé mi largo vestido y salté ríos, mares y océanos como si de simples charcos se tratasen. Escalé empinadas y fuertes paredes de piedra, subí altas montañas y conquisté los picos más importantes, y sin embargo, no encontré a quienes buscaba y la sola idea de no volver a verlos me derrumbó una vez más. Casi había perdido la esperanza de volver a verlos, cuando en la lejanía alguien me llamó por mi nombre. Aquella suave y dulce voz fue como una descarga de emociones tan intensa que no pude reprimir las lágrimas, y en aquel precioso sendero en el que me había detenido para descansar me reencontré de nuevo con aquellas personas y amigos que un día creí que no volvería a ver jamás. Hablamos, reímos, nos abrazamos y yo lloré, tantas lágrimas que hubieran llenado un océano entero, sin embargo ellos, sonrieron por mí, me animaron y me consolaron, y me entregaron un hermoso sueño del que no quería despertar. Pero la voz del más joven habló por los demás, y me dijo, con hermosas palabras: Volveremos a vernos, pero has de despertar, ya has vivido una hermosa fantasía, y es hora de volver a la realidad. Así que tuve que despedirme, pero ya no sentía vacía ni apenada. Ahora que sabía que ellos seguían viviendo en mis recuerdos, volvería a verlos cada vez que mis ojos se cerrasen y necesitase el cariño y su fortaleza para enfrentarme día a día con las adversidades que el mundo me tuviera preparadas.
Akasha Valentine. http://www.akashavalentine.com/akasha/
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